jueves, 9 de junio de 2016

En Malawi, el corazón caliente de África


Hoy os entregamos una nueva colaboración de la más exótica de nuestras compañeras lanzaderas. María estuvo en África como cooperante. Aprovechad la ocasión de leer su experiencia, es un privilegio contar con ella en este espacio. Además de descubrir la maravillosa persona que es, podréis enteraros de cómo es la vida de una voluntaria en unas circunstancias francamente excepcionales.

Un sueño hecho realidad
 
Hace tres años cumplí uno de mis grandes sueños: trabajar como cooperante internacional en África. Viajé con la Asociación Thanjane, que trabajaba ayudando a 10 aldeas necesitadas en el centro de Malawi.
Comenzaré poniéndoos en situación.
Malawi es un país muy pequeño situado en el sur de África, entre Tanzania, Zambia y Mozambique. Tiene un clima tropical, con 3 estaciones muy marcadas: época de lluvia, invierno y verano.
Es uno de los países más poblados de África, con dieciséis millones de personas. La principal religión es la cristiana. El idioma oficial es el Chichewa, y la segunda lengua más hablada es el inglés, al haber sido colonia inglesa. La edad media de vida es de 54 años. La mayoría de las personas viven en aldeas y dependen de la agricultura y, por ello, es un país exportador de tabaco, té y azúcar moreno.
La labor de la Asociación Thanjane comenzó en agosto del año 2006, haciendo un trabajo de emergencia porque había cientos de niños huérfanos, mucha gente sin hogar y personas que comían menos de 5 veces a la semana. Además, en las aldeas no había agua potable, y bebían el agua contaminada de los pozos que tenían, todos en muy mal estado.

Más tarde, la Asociación construyó cien casas y tres pozos situados estratégicamente para que tuvieran acceso a ellos el mayor número de personas, debido a su alto coste. Dos años más tarde, la Asociación empezó a realizar cuatro proyectos de desarrollo, que continuaron hasta el año 2014. Se dividían en 4 áreas: alfabetización, agricultura, ganadería y economía, los cuales llevamos los voluntarios, formando a los profesores de la escuela. Para ello, previamente en España, estuvimos trabajando durante 6 meses fabricando unas guías que les pudieran ayudar y servir, las cuales pusimos en común con los profesores y modificamos, adaptándolas a sus necesidades y material disponible en el país.
En el área de alfabetización, les dotamos de material para que los niños aprendieran inglés y para ayudar a los adultos que no sabían leer ni escribir. Los profesores podían así, enseñar mejor en la escuela y también formar a cada jefe de aldea, para que luego los jefes enseñaran al resto de la gente.
En el área de economía, les enseñamos cosas básicas sobre economía familiar y nociones sobre cómo llevar y organizar sus pequeños negocios, porque no entienden lo que es ahorrar y gastan todo lo que van teniendo. Viven el momento y en muchos casos, los hombres se van a la ciudad y derrochan su dinero en bebida, prostitutas y drogas.
En el área de ganadería, les explicamos la importancia de construir un gallinero, y les ayudamos a entender el negocio que podían generar con la ganadería, con los pollos y los huevos que iban teniendo. Construimos un gallinero en la aldea principal juntos, y otro gallinero en la escuela para enseñar a los niños. Nos quedamos muy contentos con los primeros resultados.
En el área de agricultura, explicamos los tipos de cultivos que hay y los que allí se podían cultivar, cómo y cuándo hacerlo, y los terrenos y fertilizantes necesarios para llevarlo a cabo. Además, les ayudamos a poner en marcha un pequeño negocio con las verduras que ellos iban a cultivar.
Una vez explicado esto, os contaré la parte de la experiencia más personal.
En primer lugar, destacar lo largo que es el viaje, con 26 horas y cuatro escalas en diferentes países: Italia, Etiopía y sur de Malawi. Cuando por fin aterrizamos en un aeropuerto diminuto, los jefes de las aldeas nos estaban esperando y fuimos a nuestra casa todos juntos para comer. Estábamos muy cansados y tuvimos que mantener la compostura y sonreír mientras comíamos cosas que no habíamos probado nunca, como la ENZIMA, una pasta blanca similar a la plastilina, hecha de harina y agua. Fue un momento complicadísimo, la verdad. Yo quería que me tragara la tierra, en esa mezcla de cansancio, nuevas caras, idiomas y cultura diferente que tantas ganas tenia de descubrir y disfrutar.



Este mismo día, llegando a la aldea, muchísimos niños rodearon la furgoneta donde viajábamos y nos esperaron en el jardín de casa, que estaba lleno. Fue un momento increíble. Desde ese momento, cada día, los niños venían a nuestra casa y nos perseguían por la aldea y los caminos, rodeándonos y yendo a las demás aldeas con nosotros. Los caminos de vuelta a casa, siempre íbamos cantando y bailando canciones con ellos durante horas. Eran momentos muy especiales. Por muy cansados que estuviéramos diariamente, no podías evitar sacar fuerzas para bailar y cantar en el patio de casa con ellos, disfrutar, aprender y reírnos muchísimo.

Los niños, a partir de los 2 años, están todos los días solos y en la calle o, con suerte, en la escuela, ya que los padres trabajan. Los pequeños solo buscan atención y cariño. A veces nos decían “give me money, give me sweets”, ya que los blancos o “asungus” (en Chichewa) somos vistos como gente rica y poderosa, y les costó entender que nosotros éramos meros voluntarios, estudiantes, y que nos habíamos pasado un año entero intentando conseguir el dinero para el viaje.
Una de las cosas que me llamó más la atención, fue la extrema pobreza en la que viven. No tienen luz, ni agua en casa. Las mujeres y las niñas tenían que andar un largo camino para coger agua cada día, y llevarla a casa en grandes cubos sobre sus cabezas. El agua está contaminada y es la única que tienen para cocinar, lavar, ducharse y beber. Mucha gente cae enferma por esto.
 
La comida estaba basada en el arroz y las patatas cocidas, además de la Enzima, tanto para comer como para la cena. A veces teníamos huevos revueltos o cocidos con tomates, verdura, o carne de cabra. Pescado solo lo comimos dos veces, porque era muy caro. A mí me encantan las patatas, cocinadas de mil y una maneras, pero después de comerlas dos veces al día, durante dos meses… ¡llegué a odiarlas! Increíble pero cierto.
Un día, después de comer, tuvimos la oportunidad de acudir a la fiesta tradicional de la Elección del Jefe en nuestra aldea. Había una tribu cantando y danzando, vestida con pieles, instrumentos musicales y objetos típicos de madera. Fue un día maravilloso, ya que nos incluyeron en su celebración de forma especial y eso nos encantó. Los malawianos son gente muy educada, agradecida y cariñosa. Siempre tienen una sonrisa para ti y te dicen gracias por todo.

El transporte era muy malo. Usaban pequeñas furgonetas como autobuses y podían montar entre 15 y 20 personas, animales, sacos de alimentos y pescado colgando de los retrovisores, era una auténtica locura. Un día nos montamos como pudimos para hacer un último tramo del camino a casa. Fui la última en montar, con medio cuerpo encima de mi compañero, y otro medio en el aire, así que me caía de la furgoneta cada vez que abrían la puerta para dejar o recoger a gente. En muy pocas ocasiones pudimos viajar en coche. Normalmente, íbamos andando por los caminos a las aldeas, o parábamos algún camión o alguna camioneta.
Una mañana, tuvimos la gran idea de alquilar bicis e irnos a pasar el día, y nos pasó de todo. Todos nos caímos de las bicis, entre lo malas y antiguas que eran, el poco aire de las ruedas, los caminos peligrosos y nuestra inexperiencia… ninguno llegó sano y salvo a casa. Pasamos más de un mes con heridas abiertas e infectadas, de las que aún hoy conservo cicatrices. Al devolver las bicis, toda la gente de la aldea se reía de nosotros. Los malawianos son capaces de llevar de todo en las bicis sin caerse, madera, sillas, mesas, somieres de cama, maletas, animales, personas con su equipaje…y transportarlo a largas distancias. Cada día nos sorprendían más.

Durante la duración de mi viaje, tuve que conocer, aprender y reflexionar sobre muchas cosas nuevas para mí, y ver las ventajas y desventajas de hacer un viaje con estas características.
Primero, algo que me encantó, pero a lo que me costó acostumbrarme un poco, es que no se rigen por las horas de un reloj, solo por la posición y la luz del sol y la luna. Es fantástico, porque viven relajados y con calma todo el día, sin importar quién llega antes o después. Los españoles somos tan diferentes… siempre corriendo y con prisas a todos lados.
La razón por la que fui a este tipo de viaje, es porque yendo a una aldea perdida y pobre vives realmente como ellos, con sus características, costumbres y las necesidades que tienen al vivir, por ejemplo, sin agua y sin luz. Si vas a una gran ciudad, no verás nunca la verdadera realidad, ya que los hoteles, complejos y restaurantes están dotados de unas instalaciones que nada tienen que ver con las aldeas.
Para mí, el cielo de África es diferente. El sol es enorme y de un color especial. La luna y las estrellas brillan de una forma excepcional y puedes ver la Vía Láctea y muchas constelaciones sin problema alguno, ya que no existe la contaminación lumínica.

Amanece en el lago Malawi.
 

Otra ventaja, sin duda, es la inyección de felicidad que la gente te aporta día a día. Son inmensamente felices con lo poco que tienen y creo que deberíamos aprender mucho de ellos.
La principal desventaja que yo pude encontrar es no tener baño. Pero se compensaba al tener una ducha al aire libre, a pesar de tener que usar cubos y jarras para ducharte.
Algo que no olvidaré jamás son las palabras que nuestras familias nos dijeron nada más aterrizar de nuevo en España: “vuestra sonrisa es mucho más diferente y especial que el último día que pasasteis en casa”. Esto es porque una de las cosas más importantes que pudimos aprender fue a sonreír y a ser siempre feliz con lo que tienes.

 
Para finalizar, animo a cualquiera a realizar un viaje similar para conocer otra cultura, otras costumbres, y crecer como persona con esta gran experiencia. Allí aprenderás a apreciar cosas tan simples como lavarte la cara al despertar, mirarte al espejo, o tener una puerta que te de algo de intimidad al ir al baño; así como aprender a hacer un buen uso de cosas tan importantes como el agua, la luz o el tiempo.
María Lozano Gallego.