jueves, 10 de marzo de 2016

Un accidente de aviación.


Con el fin de semana a la vuelta de la esquina y tras visionar el testimonio de uno de los supervivientes del accidente del vuelo de US Airways que se precipitó al río Hudson en 2009, Ana nos propone meternos en la piel de un pasajero de un avión a punto de estrellarse. ¿Te parece sórdido, macabro o truculento? Entonces es que no estás preparado para ser un lanzadero. Se trata de asumir una situación límite en la que, ante una muerte inminente, nuestros últimos pensamientos fluyan hacia lo que consideramos verdaderamente importante. Esa famosa y cinematográfica frase de “vi pasar toda mi vida ante mis ojos”, vaya.

https://youtu.be/4QGUNAKU7uM

Casi todos los que han pasado por esa situación y han sobrevivido para contarlo aseguran que, en esos momentos, te das cuenta de la cantidad de tiempo y energías desperdiciados en asuntos baladíes. Las peleas con personas que amas, aparcar tus sueños por pereza, la incapacidad de disfrutar de las cosas sencillas, decir a alguien que le quieres o haber sido mejor persona son algunos de los puntos en común que aparecen cuando se habla de esto en voz alta. Nuestra primera tarea: poner esos pensamientos en negro sobre blanco, reflexionar sobre ellos y escribirlos en una lista para intentar poner en marcha aquellos proyectos o acciones que llevamos posponiendo durante años. Qué hacer, cómo hacerlo y cuando hacerlo.

No será lo único que escribamos. Después de unos minutos para escarbar en nuestras emociones redactamos una carta acerca de la situación emocional en la que nos encontramos. La percepción de nosotros mismos que tenemos en la actualidad, cómo nos veremos al final de la Lanzadera o qué podemos encontrar en ella. Pensamientos profundos que encerramos en un sobre y que abriremos el último día, quién sabe si como personas nuevas, mejor formadas y con un trabajo a la vista.

Más tarde, volvemos al documento que guiará nuestro comportamiento en este camino de perfección. El grueso de la jornada se dedica a acordar modificaciones en el reglamento. La tarea es árida, hay que dotarlo de humanidad, van saliendo muchos casos que analizar, algunos hipotéticos, otros no tanto. Tendremos cursos, entrevistas de trabajo, problemas personales, familiares, de salud, anímicos y alguna vez no podremos acudir a nuestra cita con el equipo. Hay que dejarlo todo bien claro, porque sabemos que las faltas de asistencia son el talón de Aquiles de nuestra fuerza como grupo. La grieta por donde se cuela el veneno de la desconfianza, la brecha por la que el desengaño deposita su ponzoña. Así que no está de más dedicarle todo el tiempo que sea necesario y aún más si se pudiera.

Necesitamos una imagen. Un logo, un lema y un texto de presentación del grupo que nos identifique y que nos otorgue fuerza y compromiso. Un tótem que haga desaparecer nuestros diferentes “yos” y que los convierta en un flamante “nosotros”. Con esa búsqueda en la mente nos despedimos.


 

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